BELO HORIZONTE.- Leo Messi recibe de Lavezzi cerca del área. Está desde el medio a la derecha, su zona favorita para enganchar y patear al arco. Todo Irán está detrás de la línea de la pelota. Los once agrupados en 10 metros. Messi queda mano a mano con Reza, el delantero central. Hasta ahí bajó para contribuir con la hazaña del 0-0. Zurdo, le ofrece a Leo el mínimo espacio que necesita para perfilarse y rematar. Golazo, el número 2567 que hace desde ese sector y de esa forma. No hay grito. Sí, hay carrera y mirada desafiante. Muy Michael Jordan, en una de sus clásicas canastas sobre la chicharra.
Es la segunda vez que la selección argentina gana un partido 1-0 con gol de El Jefe. La anterior, con Checho Batista en el banco, un amistoso contra Brasil en Qatar, noviembre de 2010. Otro golazo, también sobre la hora. Los futbolistas de Irán se van desmoronando de a uno. El primero en tirarse al piso es el número 5, el central Sadeghi. Van cayendo los demás. El genio les acaba de robar la ilusión del empate. Habían hecho un juego extraordinario. Sabella se lo reconoció inmediatamente al entrenador portugués Carlos Queiroz en el saludo de la cancha pospartido.
En el segundo tiempo, convirtieron a Romero en figura. El arquero sin ritmo de competencia sacó tres bolas dificilísimas. Aún impresiona la del cabezazo del extremo izquierdo Dejagah, que le ganó a Zabaleta en el duelo individual. Por arriba y por abajo. Queiroz fue duro en la conferencia de prensa respecto del posible penal no cobrado por el serbio Mazic, una jugada con los mismos protagonistas. “No hablo más porque quiero seguir dirigiendo equipos”, dijo.
Los iraníes se defendieron sin malas artes. No pegaron patadas. No hicieron tiempo. Se comprometieron con una idea. La ejecutaron muy bien. Dejaron la piel en cada pelota dividida. Impidieron el uno contra uno en el último tercio de la cancha. Convencidos de lo que estaban haciendo, ayudaron al compañero en problemas. ¿Se metieron todos atrás? Sí. ¿Pusieron una flota de colectivos y buques delante de su arquero? También. ¿Qué querían que hiciera Irán? ¿Que presionara arriba y se expusiera a los contraataques argentinos? ¿Que se atreviera a manejar la pelota sin la gente capacitada para hacerlo con el riesgo de perderla en plena salida? Claro, hace eso, se come cinco y, en el colmo de la pereza futbolística, se le elogia la dignidad del planteo. Cuán fácil es lanzar el llorón “¡y qué querés, papá, se metieron todos atrás, papá!”, dicho con soberbia. A la basura esa frase. Empobrece el debate. Piripipí. Literatura berreta. ¿Se metieron todos atrás? Mejor. Primero agradecé que no te atacan y te regalan la pelota. Un problema menos. Segundo, hay más recursos disponibles para resolver el desafío de desactivar el cerrojo rival.
Argentina sabía lo que propondría Irán. Había hecho lo mismo en el duelo con Nigeria. Cuatro defensores, cinco medios y Reza solo arriba. Muy poca distancia entre las dos líneas numerosas, no más de 7 metros. Una jaula para encerrar a Messi entre los dos zagueros y los tres medios centrales. Doble bloqueo por los costados para evitar la supremacía numérica argentina. El comienzo fue auspicioso. Durante los primeros diez minutos, el seleccionado tuvo paciencia y movilidad para traducir posesión en peligro. Le agregó marca en ataque y pressing en campo rival para recuperarla cerca del arco iraní. Así es más fácil crear oportunidades. A falta de elaboración, bienvenida la presión para provocar errores cerca del seguro Haghighi.
Además, sacaba ventaja en el juego aéreo con Rojo, Garay y Fernández. Duró poco. Fue invirtiendo los conceptos hasta quedar al revés de lo que pedía el partido. Era lento donde debía agilizar el juego, en la salida. Espeso, con Mascherano y Gago teniendo la pelota demasiado tiempo en esa zona donde hay que pasarla rápido. En una jugada del primer tiempo, Gago tocó siete veces la pelota antes de dársela a un compañero. No sólo Fernando queda expuesto. También, y más importante, sus compañeros que no se movían para darle una opción de pase. En campo rival, el equipo se apuraba cuando debía tomarse un punto de pausa para terminar la jugada. Sin engaño, sin presencia de los laterales para imponer supremacía numérica. Sin ayuda al compañero que recibía de espalda y con un tipo encima. Equipo estático, tenencia inocua. Y con el G-6 en la cancha, eh. “Esto es fácil, papá. Hay que poner a los que saben, papá. Listo, papá”, dice el canchero. Ni el 5-3-2 ni el 4-3-3 resuelven solos. Son los futbolistas, los que interpretan una idea y un partido.
Agüero vivió el partido de espalda, sin explosión de pique corto, sin tirar un desmarque. Lo mismo cabe para Higuaín, pesado e impreciso en el Mineirao. Se convirtieron en fácil referencia para los centrales iraníes. Individualista y, pasado de revoluciones, Di María no jugó con simplicidad. Buscó el pase difícil, resolver sólo lo que necesitaba una elaboración colectiva. Gago y Mascherano no sacaron la pelota rápida y limpia desde la mitad.. Encerrado en la jaula, a Messi le costaba recibir y nunca quedaba mano a mano.
Solamente Rojo marcaba el camino de pasar bien pegado a la raya, ofreciéndose para ventilar el juego por la izquierda. Lo usaron poco. El lateral completó un buen partido ayer. En el segundo tiempo, Irán siguió ejecutando su plan defensivo a la perfección. Se animó a contraatacar. Soltó a los extremos Masoud y Dejagah. Cada vez más nervioso, el seleccionado argentino pasó a tener tres rivales: Irán, su propio apuro y el reloj. Desordenado en el retroceso, contó con un espectacular Romero, que lo rescató del 0-1 tres veces.
El juego argentino con pelota era lento y previsible hasta la exasperación. Sin desmarque, todo al pie, sin un pase al espacio. No se puede jugar al fútbol sin moverse. Sin correr. Todos los receptores quietos, de espalda al arco, entregados a la marca. Sin dinámica ni desmarque, el G-6 tampoco sirve. Ninguna fórmula sirve si no hay movimiento. Sabella decidió en consecuencia. Afuera Agüero-Higuaín, dentro Lavezzi-Palacio. Los recién ingresados tiraron diagonales, se ofrecieron, buscaron desborde (Lavezzi) y anticipo (Palacio). Otra cosa, pero aún 0-0. Argentina e Irán, supuestamente desiguales.
El entrenador español y licenciado en Ciencias Económicas Alex Couto Lago sentencia: “En este Mundial vemos selecciones inferiores en el aspecto técnico y táctico, pero superiores en el aspecto psicológico, cognitivo o emocional, lo que les permite compensar sus carencias específicas con sus virtudes genéricas. El esfuerzo no es fruto de la acumulación del músculo ni del ejercicio de capacidades y destrezas específicas, sino de la activación nerviosa para la que psicológicamente estemos dispuestos a esforzarnos y poner el músculo a disposición del objetivo, aspecto muy diferente. El estado de ánimo general del equipo es superior a la suma de los estados de ánimo individuales”. El artículo (bit.ly/1iXI4xm) merece leerse entero.
Ya se habían jugado los 90. Haghighi había tapado dos tiros al muñeco y un cabezazo de Palacio en el tramo final. Vio cómo Messi aprovechó el espacio para perfilarse y patear. Voló pero ni siquiera llegaban los tres arqueros juntos del plantel. En una repetición, la bola parece alejarse del arco y, zas, describe la comba en el momento exacto. Se incrustó donde los arqueros cuelgan su toallita. “El Enano frotó la lámpara”, dijo Romero. “Con Messi, todo es posible”, admitió Sabella. Ni 4-3-3, ni G-6. Él.
Juan Pablo Varsky para canchallena
[slideshow id=178]