Lo decía Baltasar Gracián: “Lo breve, si bueno, dos veces bueno“. Se estima que el orgasmo puede durar, como mucho, alrededor de veinte segundos en las mujeres y no más de diez en los hombres. Y, seguramente, a todos nos gustaría que ese goce fuera una sensación mucho más prolongada. Pero, es precisamente su brevedad y finitud lo que evita también que sea perjudicial para nuestra supervivencia como especie.
Tal y como explica George Koob, neurólogo del Instituto Scripps Research, la brevedad del placer orgásmico ha sido un mecanismo evolutivo que ha contribuído a garantizar la supervivencia de la especie: “Imaginemos a una pareja de homínidos absortos y cegados por el placer desatado. En ese estado serían presa fácil para cualquier depredador. Por ese motivo, el cerebro ha aprendido a desarrollar unos mecanismos que limitan la duración y la intensidad del placer“.