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El hermoso adiós de Aerosmith

El hermoso adiós de Aerosmith

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Música 9 Oct

No era una noche más en La Plata. Existía una versión que amenazaba con quitarnos el privilegio de volver a ver en vivo, al menos en Latinoamérica, a Aerosmith.

No era una noche más en La Plata. Existía una versión que amenazaba con quitarnos el privilegio de volver a ver en vivo, al menos en Latinoamérica, a Aerosmith.

Con ese panorama, los fanáticos de los chicos malos de Boston se congregaron en el Estadio Único sin importar el contexto: fin de semana largo, economía apretada y dudas sobre la salud de Joe Perry, uno de sus puntales.

Luego de una agotadora espera, minutos después de las 22 apareció la voz en off que cortó con la impaciencia: era hora de comenzar por última vez.

Con las luces al máximo, Steven Tyler irrumpió en la fría noche platense para asestar el primer golpe hitero con “Back in the saddle”, tema con el que abrieron en los shows anteriores realizados en Chile y Córdoba.

Al finalizar el tema, la gente todavía estaba algo adormecida. La temperatura no ayudaba y la nostalgia palpitaba junto al corazón de más de 35 mil almas.

El bocón se dio cuenta de este “problema” y apeló a sus dotes de frontman para enhebrar un tándem de lujo: “Love in an elevator”, “Cryin'” y “Jaded”. MTV 100%.

Acá hay que hacer una advertencia. Sobre esos tres temas no hace falta decir mucho: era un show de clásicos y Aerosmith los supo tocar varias veces en suelo argento. Pero nunca sonaron como en este 8 de octubre. La banda estuvo afiladísima todo el tiempo y exhibió un nivel superlativo que, aunque resulte increíble, “enterró” cualquier recuerdo del pasado.

Con un elemental español, el siempre joven Tallarico, vestido de blanco con un pantalón que dibujaba una suerte de emoji en su parte trasera, anunció que la próxima parada del tren sería “Crazy”. Y así salió a la cancha el último integrante que faltaba: la armónica.

A esta altura, el público ya había entrado en trance. Pero esto recíen empezaba. Con “Last child”, Aerosmith recompensó con creces la tarea de Brad Whitford, el guitarrista que permaneció siempre a la sombra de Joe Perry. Punteos furiosos, precisos y ruidosos para ganarse una ovación más que merecida.

Luego llegó el turno de “Livin’ on the edge”, uno de los temas más esperados de la noche y con el que reflotaron su carrera a principios de los 90. Destacada labor de los alaridos de Tyler, esos que ya forman parte de la historia viva del rock and roll.

Inmediatamente después sonó “Rats in the cellar”, uno de los primeros hits de la banda que permaneció unida durante 45 años pese a todos los pronósticos. Era una canción de transición hacia otra combinación explosiva.

Español mediante, Steven explicó, como pudo, que el premio al aguante llegaría en forma de “Dude (Looks like a lady)”. ¿Cómo respondieron sus fieles? Gritos, saltos, baile y coro ensordecedor.

En este tramo, uno de los enigmas iniciales había quedado resuelto: el problema de salud que tuvo Joe Perry durante su estadía con The Hollywood Vampires quedó atrás. Sin ánimo de exagerar, el guitarrista estuvo magistral. Captó la escencia de cada tema y los llevó hacia otro estado.

La cosa no terminó ahí, claro. Después de “Chip away”, donde tomaron un poco de aire, sonó “Same old song and dance”. Ahí, el líder vocal de 68 años tomó el cetro y ratificó que la despedida era una auténtica sinfonía de destrucción. Y para noquear llegó otro peso pesado: “Rag doll”, que hizo gala de Perry con su steel guitar.

¿Faltaba algo más? Sí, ver a Joe cantar “Stop messin’ around”. Acá hubo una ligera tribuneada, de esas que genera empatía. Mientras la canción sonaba, la pantalla mostró al músico en distintos puntos de la ciudad. Claro que, el mejor momento, fue cuando Perry lució con orgullo la 10 de Messi. Ovación cerrada.

El clímax estaba a flor de piel. La gente ya empezaba a soltar lágrimas. Hasta que de repente las luces se apagaron y el rostro de Steven se transformó. Con absoluta seriedad pidió “un minuto” para solucionar lo que parecía un desperfecto técnico. Sin embargo, lo que ocurrió fue amor en estado puro: uno de los ayudantes del tour le pidió casamiento a su mujer frente a miles de testigos. La respuesta llegó en forma de sí y los aplausos no se hicieros esperar.

¿Cómo seguir después de eso? Con “I don’t wanna miss a thing”, conocido terrenalmente como “la canción de ‘Armageddon'” y con la que quedó explícitamente claro de qué van las power ballads. Sí, ese género dentro del género que, junto a Guns N’ Roses, Scorpions y Poison supieron explotar mejor que nadie.

Con esa caricia al corazón, Aerosmith decidió realizar un viaje imaginario hacia Liverpool para homenajear a The Beatles con “Come togheter”. La versión no solo fue poderosa, sino que redujo a la mínima expresión a los mismísimos Rolling Stones, que ejecutaon dicha pieza en el Desert Trip de Indio.

No quedaba tiempo para mucho más. Salvo para despedir la noche con hits. Así fue como llegó “Walk this way”, tema que literalmente les salvó la carrera (ellos mismos lo reconocieron en varias oportunidades) en los 80 gracias a la genial resignificación realizada por RUN DMC. Bailar hasta que los pies no den más era la consigna. Y se cumplió con creces.

Y así llegó el turno del primer adiós. Tyler, que en ningún momento mostró síntomas de cansancio, bastoneó su base de micrófono para advertirle a todo aquel que quiera escucharr que “Train kept a rollin'” estaba por comenzar. Lo grabaron hace 42 años, pero sonó fresco y rabioso. En resumidas cuentas, rock.

“Buenas noches, Argentina”, exclamó el frontman. Las luces se apagaron, la pantalla puso el logo de la banda como única compañía y la gente comenzó a aplaudir, entre ansiosa y emocionada porque la despedida era prácticamente un hecho.

Después de unos minutos, Aerosmith regresó a escena y activó la primera bomba. Con un solísimo Tyler al frente de un piano blanco sonaron los primeros acordes de “Dream on”, tema que profundizó la emoción y que llevó a cantar hasta al más tímido. Ni hablemos de la parte en que Tyler y Perry, juntos a la par desde tiempos inmemoriales, se subieron a la base del instrumento para hacer las delicias de sus fans: espalda contra espalda y a gozar.

Por primera vez en la noche apareció un elemento del que muchos suelen abusar: humo y papelitos. Pero detrás del cotillón se escondía un mensaje subliminal: el adiós estaba a un tema de consumarse.

¿Qué carta jugó Aerosmith para ganarle la mano a la emoción de cada uno de sus fanáticos? “Sweet emotion”, el clásico de “Toys in the attic” que le puso el broche de oro al concierto del año. No es una exageración. Aerosmith mostró su mejor versión y, a nivel musical, pasó por encima a cualquier visita internacional que haya puesto un pie acá durante 2016.

El encuentro terminó con la presentación de la banda, que recibió un merecidísimo aplauso que, en el fondo, sonó a plegaria: no volver no es opción. Pero si así fuera, la despedida tuvo el sabor necesario para elaborar un hermoso duelo.

Salud, Aerosmith. Y que siga siendo rock. Eso sí, la próxima no te olvides de “Pink”…

Por Gonzalo Lettieri.

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