Ver a los vikingos en acción debe haber sido sin dudas aterrador; al menos así lo refieren quienes narraron sus ataques. Estos “demonios del mar” tenían una muy rica tradición oral, más no contaban con una tradición escrita. Es por eso que la versión que de ellos nos llega es la de sus víctimas.
Sin embargo, en su reciente trabajo “Vikingos. La historia definitiva de los pueblos del norte”, Neil Price dedica un capítulo entero a desmitificar la imagen desaliñada y desagradable que nos llegó de los pueblos nórdicos. Basado en los múltiples hallazgos en tumbas de guerreros vikingos, describe su cultura como “extremadamente visual” y señala que sus miembros eran mucho más refinados de lo que nos han hecho creer.
Se preocupaban por su aspecto físico y su higiene, tenían un gran sentido estético y estaban obsesionados con la indumentaria. De hecho, su clase política vestía ropas importadas, por ejemplo, de seda, que revestían una amplia gama de colores y accesorios. En cuanto a su imagen en la guerra –con los dientes limados, cubiertos de sangre, sucios y llenos de tatuajes- se cree que era su mejor arma de propaganda bélica.