Un homenaje al oficio del periodismo escrito en forma de antología y el inmenso despliegue de toda su singular y reconocida destreza sobre las imágenes y la narrativa cinematográficas son los atractivos que el aclamado cineasta Wes Anderson ofrece con mucha melancolía y encanto en “La crónica francesa”, el décimo largometraje de su trayectoria que se estrena este jueves en salas de cine.
“Intentá que suene como si lo hubieras escrito así a propósito“, le dice Bill Murray en pantalla a algún redactor, repitiendo su mantra como editor en jefe de la revista fundada en Kansas que lleva el mismo nombre del título, con sede en la pequeña y ficticia ciudad francesa de Ennui-sur-Blasé en algún período indefinido de mediados del siglo XX.
Desde la pictórica estética a la que tiene acostumbradas a las audiencias y con sus recurrentes actores y actrices, “La crónica francesa” desarrolla un guion animado con un ritmo anclado en una narración dividida en capítulos, y un tono que por momentos roza lo onírico y mezcla lo exagerado, lo emocional y un característico y familiar humor apático.
La propuesta, muy inspirada por el gusto y amor del director por el estilo ingenioso de la prestigiosa y casi centenaria revista The New Yorker, comienza cuando la sorpresiva muerte del personaje encarnado por Murray, Arthur Howitzer Jr., pone en marcha la última tirada de la publicación. A modo de despedida, una composición con tres de las mejores crónicas de archivo sobre la vida en Ennui-sur-Blasé y un obituario final.