El 90% de la población necesita dormir entre siete y ocho horas; pero una reducida élite requiere muchas menos; los genes y el clima explican estas diferencias
¿Cuál es el número ideal de horas de sueño? La respuesta fácil es entre siete y ocho diarias. La exacta: depende de la necesidad de cada persona. Al 90% de la población el cuerpo le pide un mínimo de siete u ocho horas para descansar lo suficiente. Pero, de la misma forma que hay un 5% que necesita más, hay otro 5%, como apunta el especialista en sueño Eduard Estivill, a quienes les basta con dormir habitualmente tan solo cinco o seis horas para mantenerse activos a lo largo de la jornada sin que se les escape un mal bostezo o muestren señales de somnolencia durante su actividad diaria.
En el caso de los dormidores cortos (denominación importada de la expresión inglesa short sleepers acuñada para definir a esta especie de casta de amantes de la vigilia) en 90 años de vida habrán dormido una media de 22,5 años. Es decir, habrán vivido despiertos 7,5 años más.
Este grupo de personas está recabando cada vez una mayor atención por parte de la comunidad científica, que trata de encontrar las razones que expliquen por qué hay gente que durmiendo dos horas menos que la media rinde exactamente igual que el resto. Distintos trabajos relacionan la necesidad de dormir poco con variaciones en la secuencia de algunos genes, lo que quiere decir que existiría una predisposición genética a manifestar este comportamiento.
En Internet es fácil encontrar páginas que ofrecen pautas para aprender a reducir las horas de sueño. ¿se puede aprender a dormir poco? ¿Se puede someter al cuerpo a un régimen de sueño decreciente para limitar el descanso nocturno sin que afecte a la capacidad física o intelectual? La respuesta es un claro ‘no’. Como explica este último, ‘dormir es la actividad más importante de nuestra vida. Y si a lo largo de 90 años necesitamos pasar 30 años dormidos, es para poder estar otros 60 años despiertos’.
Una de las más agresivas es el llamado sueño polifásico. Consiste en someter al cuerpo a un aprendizaje para dormir entre dos y tres horas al día. Existen distintos patrones, todos ellos basados en la técnica de fraccionar el sueño para permanecer todo el día activo. Uno de ellos implica tomar seis siestas de 20 minutos cada tres horas. Otro reduce las siestas a cuatro, con una frecuencia de seis horas y una duración de media.
El descanso nocturno consiste en ir bajando peldaños. La primera fase es un sueño superficial de entre 15 y 20 minutos. A partir de ese momento se entra en un estado más profundo ‘en el que suceden muchas cosas importantes’, relata Estivill. Por ejemplo, es cuando tiene lugar el momento de máxima regeneración tisular o cuando se activa la hormona del crecimiento. La siguiente fase es el denominado sueño REM. ‘Aquí pensamos que se configura la memoria’. El conjunto de estas fases configura un ciclo completo de sueño. Y a lo largo de la noche se cubren entre tres y cinco ciclos en función de la edad.
Por ello, como indican los especialistas, la mejor forma de aprovechar el tiempo, o la vida, no puede pasar por robarle tiempo al descanso nocturno. ‘El sueño y la vigilia son dos caras de la misma moneda, que es la vida. Descansar lo suficiente es la mejor forma de permanecer activo y viceversa.
Fuente: El País