Se trata de la marca Sajú, que logra darle una segunda vida a este material que si es desechado tarda miles de años en degradarse.
Sajú toma su nombre del apelativo con el que llaman en la región del Pacífico colombiano al mono capuchino, explica Juan Pablo Pradilla, uno de los fundadores de esta empresa que le agrega valor a uno de los residuos que más se generan a diario.
Ya sea con el plástico que lleva cada cliente o con el que ellos tienen en la tienda, de hasta 12 colores y que proviene “de juguetes que salieron dañados o de carpetas de colegio“, explica el fundador, cada persona crea su propia mezcla, elige los cristales que más se ajustan a las gafas y se dirige a la máquina donde ocurre la magia.
Tras depositar la mezcla de plástico en un tubo transparente se pulsa un botón para dar inicio al proceso, que dura unos 20 minutos. Cuando falta un minuto para terminar, las luces se apagan, comienza una cuenta regresiva en un cronómetro y, cuando llega a cero, se abre un compartimento que desprende una capa de humo para revelar el producto.
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Los clientes reservan su experiencia a través del sitio web y reciben en casa un paquete con instrucciones y explicaciones sobre el reciclaje y qué plásticos sirven.